Arequipa tiene 379 especies de aves, desde picaflores hasta cóndores

Por Jorge Turpo Rivas

Cinco investigadores de la UNSA presentaron el libro: “Aves de Arequipa” donde describen cada especie y presentan ocho rutas, debidamente mapeadas, para observadores de aves.

UN CIELO CON ALAS EN LA CIUDAD BLANCA

Por siglos, las aves han sido protagonistas de cuentos, canciones y símbolos. Pero en Arequipa, no solo son metáforas: son evidencia viva de que, incluso en medio del desierto, la biodiversidad puede ser tan sorprendente como frágil.

Gracias a un nuevo libro presentado por cinco investigadores de la Universidad Nacional de San Agustín, hoy sabemos que la región alberga 379 especies de aves. Una cifra que no solo emociona, sino que interpela.

El libro se llama “Aves de Arequipa: De picaflores a cóndores”. Y su título parece una promesa cumplida. Contiene 26 láminas, 232 fotografías y 199 mapas de ubicación, pero más que una enciclopedia de plumas, es un manifiesto silencioso que pide respeto por lo que vuela, canta y desaparece.

Luis Villegas Paredes, uno de los autores, lo dice con una claridad inquietante: “De las 1879 especies de aves que hay en Perú, 379 están en Arequipa. Es el 20 %. Y eso en una región desértica”.

El dato sorprende, pero también inquieta. ¿Cómo es posible que, sin ser un bosque tropical, esta región tan árida sea un refugio para tantas especies? La respuesta no solo está en el mapa, sino en lo que estamos dispuestos a conservar.

El libro propone ocho rutas de observación de aves. Algunas están a minutos de la ciudad, como Sogay, donde es posible ver al Patagona gigas, el colibrí más grande del mundo.

Pero en Arequipa también tenemos el otro extremo del tamaño: el Myrtis fanny, el picaflor más pequeño. Pesa apenas tres gramos y mide nueve centímetros. Puede comer el triple de su peso al día y es, literalmente, gasolina alada. Su tarea invisible es mantener con vida a las flores que dependen de él.

GIGAS

“Bate las alas 80 veces por segundo, eso requiere mucho combustible”, explica Villegas. Y esa gasolina es néctar. Las flores lo necesitan. Nosotros también.

Porque entender a las aves es entendernos. Cuando desaparecen, algo más se rompe. “Una golondrina puede comer mil mosquitos al día. Si las eliminamos, nos quejamos por los insectos. Pero antes quitamos la solución”, dice el biólogo.

Y no exagera. La desaparición de ciertas aves insectívoras puede aumentar enfermedades como la malaria. No es una metáfora, es una advertencia.

Arequipa también tiene el privilegio de albergar 14 especies endémicas del Perú. Son aves que no existen en ninguna otra parte del planeta. Verlas aquí no es un espectáculo, es un acto de resistencia ecológica. Y como todo lo escaso, son vulnerables.

ZONOCHIRA

Por eso, el libro no es solo una herramienta científica. Es una guía emocional. Sirve para que los estudiantes identifiquen especies, para que los guías turísticos diseñen rutas, y para que los ciudadanos aprendan que lo que vuela también sostiene el suelo que pisan.

Pero Villegas lanza una alerta: incluso los espacios de observación deben cuidarse. “Si metemos 300 personas a Sogay, por ejemplo, lo destrozamos. La carga turística debe regularse”, dice.

Sogay es bello y accesible, pero sufre la presión de visitantes. El turismo de aves crece, y con él, la responsabilidad.

La historia natural de Arequipa no está escrita solo en piedras volcánicas ni en calles coloniales. También está escrita en el canto del Zonotrichia capensis, en la silueta lejana del cóndor sobrevolando el Colca, en el chispazo violeta de un picaflor entre cactus.

Y hay una frase de Villegas que resume la urgencia de todo esto: “Si retiramos una pieza, puede que no nos demos cuenta. Pero a la larga, vamos a tener los efectos”.

El colibrí que hoy desaparece, es la flor que mañana no crecerá. La golondrina que ya no vuelve, es el mosquito que enferma. El ave que migra y no regresa, es el equilibrio que se pierde.

Saber qué aves tenemos es un acto de conocimiento. Pero saber qué les ocurre, es un acto de conciencia. Mirar el cielo ya no es solo un gesto romántico. En Arequipa, es una manera de defender la vida. Porque si aprendemos a leer el vuelo, quizás todavía estemos a tiempo de no borrar sus huellas del aire.

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