Cuando la lengua originaria deja de ser la lengua materna
Por: Oscar Chávez Gonzales – Coordinador de Desarrollo Educativo de Lenguas Originarias Dirección de Educación Intercultural Bilingüe – DEIB – Minedu

Cuando Noemí era muy pequeña vivía con su madre en un pueblito de la sierra de Huancayo llamado Colca. Su mamá hablaba quechua con sus tías, pero también se comunicaba en castellano. Noemí recuerda que su madre prefería usar más el castellano cuando le hablaba. Cuando cumplió 9 años, la madre murió, y Noemí pasó a vivir con su abuela, quien solo usaba el quechua para hablar con su nieta. Estando a puertas de la pubertad, la abuela falleció. En esa época, ella había llegado a entender casi todo lo que su abuelita le comunicaba en quechua, pero no logró usar este idioma para responderle; sin embargo, lo había desarrollado como una segunda lengua porque lo entendía, pese a que no la podía hablar. Al quedar sola, sus tías decidieron mandarla a estudiar a Huancayo. Terminó su secundaria en el colegio María Inmaculada, ahí nadie usaba el quechua para comunicarse, los profesores solo utilizaron el castellano como medio de aprendizaje. Tras la pérdida de su madre y abuela, lejos de Colca, también perdió la oportunidad de aprender el quechua. Luego se casó con uno de sus compañeros de la universidad, un joven migrante ancashino. Posteriormente, siguiendo su historia de desarraigo, los hijos de Noemí tampoco tuvieron como lengua materna el quechua, ellos solo estuvieron expuestos al castellano, pero, al ser descendientes quechua, tienen como lengua de herencia a esta lengua andina, así como también sus nietos.

¿Qué hubiese pasado si la educación que brinda el Estado permitiera a los niños y niñas seguir desarrollando las lenguas originarias de sus abuelos, sin importar el contexto donde se encuentren? ¿Qué hubiese pasado si la escuela y, posteriormente, el colegio hubiesen enseñado en castellano y también en la lengua originaria de la región?

De acuerdo con el mapa etnolingüístico, en el Perú se han identificado 48 lenguas originarias vigentes, de las cuales 27 son consideradas lenguas vitales, eso quiere decir que la mayoría de sus hablantes las aprenden o aprendieron como lengua materna; mientras que 21 lenguas están en peligro, es decir, en el mejor de los casos, al igual que Noemí, las aprenden como segunda lengua, pero la mayoría de ellas están pasando a ser las lenguas de herencia, ya que los únicos que las hablan son los abuelos y no los padres. Del mismo modo, lenguas vitales como el quechua, aimara, asháninka, shipibo-konibo, awajún, shawi, entre otras, cada vez más, están siendo aprendidas como segundas lenguas y ya no como lenguas maternas; incluso, en las ciudades, pasan a ser solo lenguas de herencia. Eso quiere decir que en el Perú no es necesario quedarse huérfano como Noemí para que las lenguas maternas y originarias se pierdan. Este es el caso dramático de los hablantes de herencia de las lenguas en situación crítica, como el iñapari, taushiro, muniche, omagua, resígaro, chamikuro, iskonawa y kawki, donde solo algunos abuelos las hablan, y, al morir ellos, pasarán a ser un recuerdo lejano.

La Educación Intercultural Bilingüe (EIB) plantea tres formas de atención para los escenarios de vitalidad de las lenguas. Sin embargo, la mayoría de la población peruana es migrante y sufre todo lo que acarrea el desarraigo, entre ellos, cortar abruptamente el flujo de transmisión de las lenguas que no gozan de prestigio social. Las lenguas no se pierden solo porque sus hablantes las dejan de transmitir, estas se van debilitando cuando el sistema educativo tampoco las considera dentro de los planes de competencias a desarrollar. Es imprescindible visionar una EIB para todos , más aún, en un país diverso como el nuestro, con alta migración del campo a las ciudades. Ante esta realidad, los esfuerzos que se hacen desde el Minedu con la EIB son aún insuficientes.

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