El presidente que más amó y conoció Arequipa

Por Carlos Meneses Cornejo.

Sus devociones principales fueron la Virgen de la Candelaria de Cayma y El Nazareno de Tiabaya.

Entre los Belaúnde y los Meneses hubo algo en común. Tenían un origen igual, en el distrito de Tiabaya de donde eran originarios los Diez Canseco y los Meneses, por eso todavía quedan ruinas de la casa de los Diez Canseco y no existe más la vivienda en que nació el fundador del Colegio de Abogados de Arequipa, Andrés Meneses Cornejo.

Sería por eso por lo que cuando Rafael Belaúnde, hermano del gran Víctor Andrés Belaúnde, quien fue presidente de la Asamblea General de la ONU, alentó la candidatura presidencial de su sobrino Fernando. Rafael Belaúnde, su hermano menor, vino a Arequipa a buscar a sus amigos de otros tiempos para pedirles apoyo en favor del opositor de Odría.

Don Rafael se entrevistó con mi padre y le pidió que ayudara a Fernando, pero mi padre ya viejo y enfermo le sugirió que dicho apoyo se concretara en su hijo a pesar de que este no tenía la edad necesaria para meterse en política.

Ahí nació una amistad estrecha y cordial con un presidente que me enseñó a ponerme de rodillas para orar ante El Nazareno de la iglesia de Tiabaya y que después fui testigo de cuando el presidente recién llegado con banda cruzada sobre el pecho se la quitó para ponérsela a la Virgen de la Candelaria en la iglesia de Cayma.

Belaúnde tenía por costumbre en todos sus años de gobierno conocer el templo, la comisaría, la escuela y el lugar más apreciado por el vecindario del sitio que visitaba. Primero Dios, decía, y después los demás.

Nunca alteró esa costumbre como tampoco cuando venía a Arequipa a pedirme que lo acompañara a cruzar chacras y a meter pies en acequias para llegar a la casa de un amigo suyo con el que jugó bolas en otro tiempo para estrecharse en abrazo, preguntarle por sus hijos, nombre por nombre con el increíble recuerdo que siempre tenía de la gente.

Cuando ya no era presidente tuve el gusto de pedirle una cita para entrevistarlo, era yo director de Arequipa al Día y él me invitó a su casa, un departamento en un edificio de 5 pisos en San Isidro, cuyas puertas fueron abiertas por su esposa Violeta Correa Miller y por su sobrino Rafael Diez Canseco Terry, actual propietario de la Universidad San Ignacio de Loyola, a quien Belaúnde le encargó grabar lo que conversáramos para tenerlo de recuerdo.

Me pidió no hablar de política y centrar nuestra conversación sobre Arequipa, mi primera interrogante fue saber qué calle de mi ciudad le parecía la más importante y no vaciló en contestar que La Merced. Quedé sorprendido y le pregunté por Santa Catalina y él contestó, rápidamente, que Santa Catalina sólo tenía el Monasterio, mientras en La Merced estaba la arquitectura arequipeña de todos los tiempos. 

Comenzó a mencionar cada una de las casas de la primera cuadra, una por una, con la definición arquitectónica que correspondía al estilo y con el agregado de que conocía a todos los que allí vivían. Luego siguió haciendo lo mismo con la segunda cuadra hasta llegar al sitio en que según yo colisionaba el Palacio de Goyeneche con el edificio de seguros Sudamérica de 7 pisos que estaba al frente.

Se detuvo por minutos para decirme que viera la habilidad de los profesionales para no romper el encanto de la calle con una construcción moderna, pero que no contrariara el espíritu del tiempo de los Goyeneche.

Me habló de amigos comunes como si los conociera tanto como yo que vivía en Arequipa. “Usted tiene que conocer a toda esa gente”, me dijo con simpleza, como también me recordó que las piernas más hermosas que había visto en su vida eran las de la arequipeña y exdirectora fundadora de Caretas, Doris Gibson, dijo que para él eran piernas dignas de quitarse el sombrero.

Y me dijo que si yo no lo había hecho era porque no usaba sombrero, yo le dije que eso era cierto, pero que siempre había admirado las piernas extraordinarias de Doris Gibson, quien con frecuencia venía a Arequipa y le gustaba conversar en El Mónaco o en Le París.

La entrevista duró cerca de dos horas, mientras en sala anexa la esposa de Belaúnde conversaba con mi señora y tomaban un café.

Don Fernando me preguntó por Tiabaya, recordando que él y sus alumnos de Arquitectura vinieron luego de los terremotos de 1958 y 1960 para planificar la nueva Tiabaya.

Antes de iniciar jornada, arquitectos y trabajadores los llevaba a la iglesia, pedía a Dios la iluminación divina para acertar en el trazado de las calles y que hubiese una buena casa para el cura que atendiera a la feligresía.

Cuando estuvo en Cayma a los pies de La Candelaria, le preguntó al cura párroco qué necesidades tenía y cuando este contestó me ordenó que se dispusiera el arreglo del camarín de la Virgen y le confió que esperaba el milagro de volverse a encontrar con ella y lo mismo hizo en la iglesia de Chiguata a donde cumplió similar tarea ante la imagen del Cristo crucificado del lugar.

Los Belaúnde han tenido siempre una memoria propia de elefantes y recuerdo que en la primera sesión a la que asistí como presidente de la Corporación de Desarrollo de Arequipa alguien observó que el presidente discrepaba en cifras con respecto a un camino que estaba en ejecución, Belaúnde calló y le pidió a su edecán que trajera la versión magnetofónica de la anterior cita verificando que sus cifras eran exactas en cuanto a lugares y kilómetros y dio por terminado el incidente con el imperio de la verdad, la coincidencia de sus afirmaciones y la versión grabada.

Un momento emocionante fue recordar la historia del local de Acción Popular de la calle La Merced, en casona que era de propiedad del ingeniero Francisco Valencia Paz en la esquina de La Merced con Palacio Viejo.

Belaúnde levantó ahí una barricada que solo tenía dos trincheras una en La Merced, en la esquina de la Plaza de Armas y la otra delante del local de su partido, el estrado que levantaron los populistas se desplomó a medianoche.

El arquitecto se levantó, se sacudió el pantalón manchado por la tierra y dijo: “Dios nos devolverá lo ocurrido, llevándonos al poder”, dos días después se anularon las elecciones que perdió y Belaúnde dijo: «volveremos, pero no para caer sino para volver a ganar».

No conozco de otro arequipeño que haya sido presidente y conociera tanto de Arequipa como Fernando Belaúnde. Nunca olvidaré que antes de fallecer me dijo por teléfono, ya muerta su esposa, que se estaba “preparando para el reencuentro con Violeta” y que no se olvidaría de haberme enseñado su casa y mostrado los regalos que recibió como Fernando Belaúnde, pues los que tuvo como Presidente del Perú se quedaron en Palacio.

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