¿Cómo trató Arequipa a quienes le robaban?

Por Carlos Meneses Cornejo
Los bandidos llegaron luego de un terremoto, pero huyeron apenas supieron de la pena de los azotes.
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En 1868, los arequipeños almorzaron como de costumbre a las 10 de la mañana y al mediodía se sirvieron una previa de la comida de las 4 de la tarde. Era un día común y tranquilo cuando de pronto comenzó a temblar la tierra, se estaba celebrando el día de San Hipólito en una mañana de sol cuando a las 5 y 15 de la tarde empezó a sentirse un ruido subterráneo acompañado de un ligero movimiento que solo las personas en reposo pudieron percibir, en segundos el movimiento de la tierra adquirió una intensidad desusada, los gritos de “misericordia Señor, aplaca tu ira y tu rigor”, se escuchaban por doquier.
Para unos el sismo duró 3 minutos y para otros una verdadera eternidad. Los edificios que eran de cal y canto, algunas bóvedas de sillar que ya existían se vinieron al suelo y las iglesias dejaron al descubierto dinero y joyas de santos y de vírgenes.

En la plaza mayor los comerciantes no sabían dónde refugiarse y en los distritos cercanos al centro de la ciudad los curas lideraban las invocaciones a Dios para que no hubiera réplicas y se atendiera a los muertos y heridos.


Desde que se fundó Arequipa en 1540, la gendarmería comenzó a trabajar en auxilio de las víctimas y esa misma noche comenzaron hacer de las suyas los ladrones que penetraban en las casas de techos caídos y muros rotos para llevarse objetos de valor.

Trabajadores chilenos que habían llegado a Arequipa desde las salitreras comenzaron hacer de las suyas para llevarse propiedad ajena. Entonces el prefecto de Arequipa ordenó un bando que se publicitó en plazas y calles disponiendo que todo aquel que fuera sorprendido robando bienes ajenos sería considerado como delincuente y castigado con no menos de 100 azotes.
Lo que hizo el Prefecto provocó la furia del ministro del Interior de ese tiempo que ordenó su destitución por aplicar una pena no considerada en los códigos.
El prefecto Francisco Chocano fue remplazado inmediatamente por el ministro de gobierno, Policía y Obras Públicas, Pedro Gálvez, mientras era designado por el gobierno el general López la Valle, quien asumió funciones el 18 de setiembre pese a la oposición del municipio que respaldo los mentados azotes.
El prefecto Chocano, además, ofició al Cabildo para que no realizara procesiones ni desfiles para pedir misericordia al cielo por el riesgo de contagios que había por la epidemia consecuente. A Chocano le dieron las gracias por los servicios prestados y este en descargo expresó que no pudieron detener a ningún ladrón porque escaparon con destino a Chile, se había conseguido el objetivo de librar a la ciudad de un mal adicional al de los temblores.
En aquel tiempo el prefecto Chocano dijo que cumpliría con su promesa de alejar a quienes estaban saqueando los hogares dañados y para burlarse de la llamada de atención de Lima se hizo azotar en la plaza Santa Marta para que la gente viera que nadie se moriría por la paliza recibida, después de eso el prefecto desapareció de la ciudad.

Plaza España.