Cómo defendieron las libertades en Arequipa

Por Carlos Meneses Cornejo

Los peores problemas ocurrieron en Correo.

ESPECIALES DE AREQUIPA

Coronel Daniel Meza Cuadra.

Era comandante general de la región militar de Arequipa el entonces coronel Daniel Meza Cuadra que tenía el centro operativo en lo que entonces fue también el casino militar en la Av. Parra y en un palacete construido por la familia Forga, fue en el año de 1948, después del establecimiento de la revolución restauradora que lideró Manuel a Odría cuando efectivos militares y de Policía ingresaron al campus de la Universidad Nacional de San Agustín (UNSA) y destrozaron una improvisada oficina desde donde se difundían transmisiones izquierdistas de los grupos comunista y aprista que el gobierno había ignorado como partidos, enseguida equipos de demolición destruyeron la antena transmisora de radio Universidad. Esto provocó una protesta que se publicó en la página editorial de Correo expresando que, no siendo comunista, ese diario tenía la obligación y el derecho de protestar por lo ocurrido.

Veinticuatro horas después, fui llamado a la sede del comando militar. Sobre una mesa larga y teniendo delante solo la edición de Correo de ese día un oficial me interrogó sobre qué era lo que yo quería. Se lo dije en pocas palabras mientras en la calle quien era jefe de redacción Bernardino Rodríguez paseaba por la calle esperando mi salida.

Le había avisado que podía ser detenido, pero no lo fui, conmigo estaba presente el director de El Pueblo, Pedro Morales Blondet, quien intentó contemporizar en un diálogo que tuvo final cuando me puse de pie y abandoné el local.

Ya en la calle regresé al local de la calle Bolívar 206 y tomé la decisión de trasladar las oficinas de la dirección a la redacción para que los periodistas escucharan mis conversaciones con los militares y dieran su aprobación a mis medidas o su disconformidad con las mismas.

Dirigente del SUTEP, Horacio Zevallos Gámez.

A partir de ese momento no hubo tratos, sino maltratados de parte de los jefes policiales hasta que cerca de mediodía de un día de trabajo tocaron suave, pero insistentemente las puertas de donde yo trabajaba. Al abrir me encontré con la figura de Horacio Zevallos Gámez, por entonces secretario general del Sindicato Único de Trabajadores en Educación del Perú (SUTEP), quien me pidió que lo ayudara porque la Policía lo perseguía.

Al portero de guardia -un señor de apellido Quiñones, cuyo nombre no recuerdo, le ordené cerrar la puerta de fierro de la reja del diario, ponerle cadena y candado advirtiéndole que luego llegaría la Policía como efectivamente ocurrió.

Recibido el pedido de la Policía de entrega de Zevallos Gámez exigí una orden del juzgado que sostuviera dicha pretensión, me dijeron que no la tenían y les respondí que no lo entregaría y que consideraran que era un asilado del periódico.

Debo precisar que antes de que tal hecho ocurriera en el diario El Comercio se había refugiado Francisco Igartúa, quien compartía la dirección de la revista Caretas y los militares no ingresaron al Comercio para detener al periodista. Luego llevé al diario una cama para que en ella durmiera el asilado y dispuse que por cuenta del diario le dieran alimentos en el restaurante que teníamos en el periódico.

Así pasaron 8 días y cuando fui enterado por vecinos que se proyectaba un allanamiento del local saqué a Horacio Zevallos en mi automóvil, estaba escondido en la porta valijas y lo traje a mi casa de la calle Melgar. A mi madre, doña Adela Meneses, le pedí autorización para que me permitiera el ingreso y la permanencia de Horacio en mi hogar, recibida la aprobación me impusieron la condición de que mi madre tomara desayuno, almorzara y comiera con Horacio y sin chistar él consumiera lo que le pusieran por delante.

Al día siguiente le sirvieron leche, que se negó a tomar como haría lo mismo con la carne del mediodía.  Fue en ese momento que se realizó una entrevista de la que fui testigo, en la cual mi madre reclamó al dirigente sutepista bien alimentarse para cuidar de un hijo pequeño que tenía Horacio en una amante y que después sería exitoso médico apoyado -por su madrastra y sus hermanos- para estudiar medicina en Argentina, lugar donde vive.

El drama no terminó, pues la Policía logró que vecinos míos les facilitaran el acceso para detener al fugitivo entonces lo confié al SUTEP y lo llevé a un domicilio de Sabandía donde lo dejé para que siguiera una ruta que ni yo conocía.

Poco tiempo después un militante del partido aprista peruano, Elmer Córdova se acercó en semejantes términos a pedirme ayuda porque la Policía lo perseguía, lo atendí y como tampoco había mandato judicial acudí al penalista Enrique Soto León Velarde para pedirle concurso profesional y denunciar la persecución física y psicológica en contra del perseguido.

Soto León Velarde consiguió que el fiscal de turno, Juan Vela Vela iniciara causa en los tribunales contra el íntegro del personal de investigaciones de la PIP y logre un acuerdo de retirar la denuncia a cambio de confiar en la palabra de la Policía y devolver al refugiado a su padre.

Cerca al año de 1974, cuando todos los periódicos de Lima fueron tomados por el gobierno para entregarlos a grupos fieles al régimen militar de Velasco, incluidos El Comercio y también la central nacional de Correo pedí autorización al ingeniero Enrique Agois, gerente general del diario -su fundador Luis Banchero Rossi ya había muerto- para defender el diario, pero Agois me lo prohibió diciendo que los únicos muertos que podría haber eran los propios periodistas.

Así retiré mis objetos personales de la dirección y volví a mi casa a esperar la hora en que sería requerido para entregar, ante el notario público Dr. Edilberto Zegarra Ballón, las llaves y de la caja fuerte de Correo.

Me negué a hacerlo y ordenaron mi detención. Era prefecto de Arequipa, Enrique Mendoza Taramona, quien dio la orden de dejarme retirar del periódico, eran casi las 7 de la mañana cuando salí de la casona de Bolívar rodeado de canillitas que esperaban la entrega del periódico. Ellos tuvieron la gentileza de acompañarme cantando el himno nacional por las calles que mediaron entre Bolívar y Melgar.

Me enteré entonces de un paro de periodistas que me respaldaban, pero anuncié que no volvería a escribir mientras la prensa no fuera libre.

Entretanto, hubo anuncios de censura a los escritos que aparecían en el diario y yo pedí tanto a soldados como linotipistas, fotógrafos, periodistas y técnicos que vigilarán el trabajo nuestro, dejando los espacios censurados en blanco, lo que no aceptó la Policía.

En ese entonces un hecho singular ocurrió, me ordenaron desde Lima, donde se editaba el suplemento de Correo para los cinco periódicos de la cadena que no permitiera la circulación del suplemento dominical que conducía el periodista Sofocleto. De alguna manera me agencié para leer uno que por sí solo era suficiente para adelantar la captura del diario, con grandes letras Sofocleto escribió “los militares son como las sandías, verdes por fuera y rojos por dentro”. Nadie vio esa edición ni en Lima ni en ninguna otra parte del Perú y así terminó mi lucha en defensa de las libertades.

Cuando Belaúnde devuelve los diarios a sus legítimos propietarios, el 28 de julio de 1980, ya no me nombraron director, pero volví al periodismo y lo dejé porque me designaron como presidente de la Corporación Departamental de Desarrollo de Arequipa. Por lo tanto, consideré imprudente, por decirlo menos, seguir laborando como tal para ver las cosas con un solo ojo como funcionario del Estado y no con los dos como deben hacerlo los periodistas libres.

Mientras eso sucedía en Arequipa, en Lima se había producido un desajuste en el gobierno militar de Morales Bermúdez, quien comenzó a cambiar de política y Velasco Alvarado herido de bala en una pierna fue internado en el hospital militar donde lo trataron con toda consideración a pesar de que ya no dirigía el gobierno militar. Se convocaron a elecciones y Fernando Belaúnde volvió a ser presidente. Él levantó la última barricada contra el régimen militar en la calle La Merced.

Este fue el local del diario Correo de la calle Bolívar 206.

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