COMENTARIOS NO REALES

Por Pamela Cáceres
CAPÍTULO VIII: JOVEN DE HOLGADA VIDA FABULA SOBRE LOS BENEFICIOS DEL QUECHUA
Ha dicho el filósofo austriaco que todo cobra sentido solo en las palabras, el resto es sinsentido. Así he sabido yo y he enseñado yo. Por consiguiente, pienso, un idioma en su forma única puede hacerte vivir y sentir de una manera diferente. En mi tierra natal, el Cusco, mucho se dice esto del quechua como si fuese una virtud solo suya. Y como ya he declarado, a veces lo pienso como cierto y otras, descreo, pues, has de saber lector que una cosa es quechua en lengua de señores y otra, en lengua de gentiles.
Ha dicho este mismo sabio de palabras que los hechos y solo los hechos son el mundo que puede ser pensado. Por eso, para explicarte mis dudas, he de referirme a hechos. Diré, entonces, una travesía que pasé yo en mis juventudes en la Fiesta de la Patrona Carmen en Paucartambo, fiesta de principales que guardan en su grado al quechua cusqueño.
Siendo yo siempre salvaje chusma, hice ingeniosos engaños para viajar y escapar de altos poderes familiares que nos guardaban a las mujeres de vivir la vida a sus anchas, dice por protegernos de concupiscencias o de maldades masculinas. Previendo estos peligros, invité a la travesía a un buen amigo de la Escuela de Letras arequipeña, a quien llamaban de otro nombre «Sata», de Satán. Pensé pues sería de mi buena protección en tan desconocido y religioso ambiente al que nos dirigíamos. Sata, no siendo señor, no siendo wakchapituco, se declaraba muy callejero y era muy jactancioso y de hacerse respetar. Me parece, de él aprendí lo bueno que hace el orgullo de ser chusma a boca llena y sin remilgos.
Como tengo dicho el rito de la Patrona Carmen es fiesta grande y digna de consideración. Ya colores, ya castillos, ya músicas, ya estallidos, ya silencios, ya batallas, ya sahumerios, ya fuego, ya acrobacias. Es mucho y buen teatro. Un contador de relatos argentino invidente habla de gigantescas representaciones teatrales ejecutadas en pueblos europeos donde no hay espectadores, puesto que todos los vecinos sin faltar uno se tornan en actores. Así sentí yo esta fiesta.
Supe también que se pugna bastante duro por el honor de ser encargado de las celebraciones de cada una de las danzas. Y esto no es barato, porque debe mantenerse con casa, comida y bebida durante cuatro días seguidos a los tantos invitados. Supe también que cierta danza femenil solo puede ser ejecutada por mujeres vírgenes, lo que me pareció a mí desagradable esfuerzo de abstención, pero sobre todo de inspección, o quizá de fabulación.
Sobre la lengua, oí a jóvenes de holgada vida en una tienducha cercana a la plaza principal corear de por sí canciones quechua para la Patrona Carmen. Alguno de estos señoritos atento a mi sorpresa, me explicó cada palabra de los cantos y me afirmó lo poética y sabia que era de suyo la lengua quechua. Que en quechua el tiempo es circular y que la cosmobiología andina era casi de otra galaxia porque hasta piedras tenían una respetable vida en el «uku pacha», una tierra que guarda las llaves del conocimiento iterdimensional, al que todo quechuahablante y todo andino incluso sin saberlo puede acceder, aunque sea un poquito. En suma, en quechua la vida sabe distinto. No discutí ni hice menoscabo, quizá fui cobarde, no hablé del filósofo austriaco que yo había estudiado ya en la Escuela de Letras, e indagué más por la honestidad de las creencias de aquel joven de holgada vida. Cierto, también, me dio pena deshinchar sus pasiones por el cosmos andino. Cierto, también, yo había escuchado a bricheros decir estas mismas fabulaciones a incautas cabezas rubias en Cusco, pero me extrañó que aquel me las dijera a mí siendo chusma, de manera tan gratuita, pues yo no guardaba disposición de gastar «one dollar» por escuchar modernos misticismos ancestrales.
Finalizada la charla, caminamos con Sata hacia las afueras en busca de un buen y barato caldo de cabeza de cordero que pudiera calentarnos. En mi cabeza dude entonces de la honestidad de aquel fino fervor, ¿qué y cuánto ganaban los principales imaginándose fervorosos por el quechua? o ¿serían capaces de creerse esos cuentos y sentir admiración desinteresada por la imaginada lengua incaica?
Me senté frente a una inmensa olla comandada por una mujer de aquellas que llaman mestizas. Cuando pagué el caldo de cordero o de alpaca con un billete, el único que amparaba el resto del viaje, la mujer, que seguramente hizo mal sus cuentas, me entregó un vuelto menor del que correspondía. Al hacerle yo la observación de su equívoco, la mujer me hizo pleito diciéndome que yo era de esos cusqueños pitucos que se creen dueños y que quieren engañar a todos los del pueblo. Luego descargó su cólera terrenal insultándonos en quechua muy bien fluido. Paso seguido, miró al cielo e hizo allá otra vez sus cuentas, esta oportunidad con mayor detenimiento, y tuvo recién certeza de su error. Me entregó el resto del dinero y me despidió. A diferencia con el joven de holgada vida, no dudé ahora de la sinceridad de aquellos insultos quechuas.
Regresamos en camión de gentiles, pues ya no quedaba dinero para un mejor trasporte. Antes de embarcarme, otro amigo, sabiendo de mi carencia de credo religioso, me recomendó que por las dudas me postrara ante la Patrona Carmen, sobre todo si había llevado a aquella fiesta a alguien al que yo llamaba Sata, de Satán, o sea supay. De lo contrario dijo aquel camión sufría gran peligro de desbarrancarse, así era siempre la suerte con los herejes.
No hice oído. Viajamos, pues, en la caja apretujados entre gentiles de provincias altas habladores de la lengua principal. Aunque incomodos, sentimos poco frío. Nadie me habló de «kai pacha» ni de «hanan pacha». En medio recorrido, comenzaron a picarme muchísimas pulgas, tan gordas de nuestra sangre. Viendo mis molestias un pasajero comentó con gran nostalgia que antes cuando los gentiles viajábamos en camión, el ayudante del chofer mandaba disparos de DDT por debajo de ponchos y polleras para acabar con malditas pulgas. Yo pregunté si el DDT no era aquel veneno que estaba prohibido por ser tan malo para la salud del hombre, y me respondieron que sí.