CERVANTES Y DON QUIJOTE

El 23 de abril se conmemoró el Día del Idioma, según creo; y, es propicia la oportunidad, para recordar a don Miguel de Cervantes Saavedra y su genial novela El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha. Actualmente ya no se lee esa obra, por su amplitud y, acaso, porque la tendencia y gustos de la gente han cambiado. Lo cierto es que, y me atrevo a suponerlo, ninguno de nuestros congresistas y ministros lo han leído; y nuestra presidenta no se ha enterado todavía de su existencia. Estas inferencias las he sacado, desde luego, de su labor gubernamental y de sus pobres declaraciones a la prensa. En cuanto a mí, diré que mi padre, hombre culto y lector infatigable, nos puso a mi hermano y al autor de estas letras en el colegio La Salle, primaria y secundaria. Cada vacación (tres meses) nos llevaba a la finca y allí, entre vacas, carneros, caballos y cerros, había que leer. En la hacienda descubrí al Quijote y, en dos vacaciones, seguidas leí la novela dos veces. Por eso, en un país como el nuestro, en el que casi nadie lee libros, creo que fundadamente, puedo afirmar que soy el único peruano que ha leído dos veces el Quijote.

Vista la fama universal del libro, me parece ocioso precisar los méritos del mismo. Quiero sí señalar algunos rasgos autobiográficos en él insertos. Tal es el caso de Alonso Fernández de Avellaneda, autor de un Quijote apócrifo y de quien Cervantes dice “Que se atrevió a escribir con pluma de avestruz grosera y mal delineada las hazañas de mi valeroso caballero…». Conviene también recordar la historia del cautivo, basada en la prisión de Cervantes a manos de los moros. Igualmente, precaviendo la aparición de otro Alonso Fernández de Avellaneda, que quisiera continuar las aventuras de su héroe, Cervantes dispone en el capítulo último de su genial novela la muerte del Caballero de la Triste Figura, como se le conoció también a don Quijote y afirmando que la empresa de escribir el Quijote estaba reservada, sólo para él, amonesta a quienes quisieran escribir sobre su muerto caballero, con estos octosílabos: Tate, tate folloncicos/ de ninguno sea tocada/ porque esta empresa buen rey/ para mí estaba guardada.

No concluiré este escrito, sin expresar que Cervantes vivió una época en que se solía autoasignarse honores, abolengos y nombres rimbombantes, como aquel don Juan Pérez de Montalván, a quien Quevedo despojó cruelmente, de sus ínfulas de linaje, con esta cuarteta memorable: El doctor tú te lo pones;/ el Montalván no lo tienes;/con que quitándote el don,/ vienes a quedar Juan Pérez.

Hugo Cervantes Castillo

Abogado C.A.A N°1253

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