El histórico incremento del precio del oro alimenta la minería ilegal

Por Jorge Turpo R.
En Camaná y Caravelí crece la actividad informal mientras el precio del metal precioso llegó a los US$ 3,300 por onza. No ocurre lo mismo con el precio del cobre que registró un descenso.
IMÁN DORADO DE LA ILEGALIDAD Y LA INSEGURIDAD
La fiebre del oro ha vuelto, y esta vez no llega en caravanas ni con buscadores armados de palas y sueños, sino en sacos de 100 kilos que cruzan las rutas de penetración hacia Chala, en la provincia arequipeña de Caravelí. Mientras el precio del oro alcanza niveles históricos, su brillo atrae más que nunca a una economía paralela: la minería ilegal, que ya devora buena parte del sur del Perú y amenaza con socavar no solo la legalidad, sino también el tejido social y ambiental de regiones como Arequipa.
Según un informe de la Red de Estudios para el Desarrollo (REDES), el precio del oro superó los US$3,300 por onza, su punto más alto en la historia, y podría escalar hasta los US$3,700 hacia finales de 2025.
Este salto se explica por una combinación de factores: compras masivas de bancos centrales, una posible reducción de tasas de interés en Estados Unidos, y un dólar debilitado. Pero lo más importante es que, en tiempos de incertidumbre global, los inversionistas huyen hacia el oro como un refugio seguro.
Ese mismo refugio es el que encuentra la minería ilegal para multiplicar sus márgenes de ganancia. Según el Instituto Peruano de Economía, el 45% del oro que exporta el Perú proviene de actividades ilegales, y solo en 2024 estas exportaciones alcanzaron los US$7,000 millones, un aumento del 46% respecto al año anterior.
Este auge tiene consecuencias directas en regiones mineras como las provincias de Camaná y Caravelí, señaladas como zonas de alto riesgo por la minería ilegal.
En estos territorios, donde abunda el recurso y escasea la presencia del Estado, la población ha terminado atrapada en los eslabones de una cadena que combina extractivismo, precariedad laboral y crimen organizado.
Estas zonas están hoy controladas por organizaciones criminales, muchas de ellas asociadas a redes internacionales como el “Tren de Aragua” y el “Comando Vermelho”.
En Caravelí, por ejemplo, los sacos cargados de mineral en bruto —de hasta 15 toneladas por vehículo— circulan libremente hacia plantas de procesamiento en Chala y otras ciudades del sur.
Este oro, muchas veces extraído sin control ambiental ni derechos laborales, se lava y comercializa con documentos falsos a través de empresas pantalla.
El resultado: una industria paralela que genera más ingresos que el narcotráfico, y que solo en 2022 representó el 39.3% de la producción nacional de oro, con un valor aproximado de US$4,000 millones.
El contexto resulta aún más preocupante cuando se considera que el proceso de formalización minera lleva más de dos décadas sin éxito. La minería de pequeña escala, que alguna vez fue vista como una alternativa de desarrollo, ha sido cooptada por grupos ilegales que ahora usan la fachada de la formalización para operar impunemente.
Frente a este panorama, el alto precio del oro no solo es una buena noticia económica. Es también un poderoso incentivo para que esta economía ilícita se expanda y la inseguridad empeore con es el caso de Pataz.
Como señala REDES, mientras más sube el precio del oro, más rentable se vuelve explotar incluso depósitos que antes eran inviable económicamente.
Las mineras, legales o no, optimizan sus procesos para extraer hasta el último gramo de los yacimientos. Y en el caso de las ilegales, esto significa mayor devastación, mayor precariedad y más violencia.
¿Y EL COBRE?
En paralelo, el cobre —otro pilar de las exportaciones peruanas— atraviesa un momento de incertidumbre. Aunque llegó a alcanzar los US$4,36 por libra, en las últimas semanas ha sufrido caídas abruptas, presionado por factores como los aranceles entre Estados Unidos y China, y las dudas sobre la recuperación económica global. REDES estima que el precio podría mantenerse alrededor de US$3,77 en el tercer trimestre de 2025, aunque algunos analistas creen que podría subir hasta US$5 la libra hacia 2026 si se confirma la escasez de oferta global.
A diferencia del oro, el cobre está íntimamente ligado a procesos de infraestructura verde, reconversión energética y desarrollo tecnológico. China, por ejemplo, ha empezado a almacenar grandes volúmenes de cobre para sostener sus planes de construcción. El déficit proyectado en la oferta mundial, agudizado por el cierre de minas y conflictos sociales en países productores, mantiene las expectativas de un alza sostenida. Sin embargo, los especialistas advierten que factores especulativos y correcciones técnicas podrían interrumpir este ciclo alcista.

EL DESAFÍO DEL ESTADO
En este contexto, el reto para el Perú es doble. Por un lado, capitalizar los precios altos de los metales para impulsar la economía formal. Por otro, frenar el crecimiento de una minería ilegal que, como en Caravelí y Camaná, ya funciona como un Estado paralelo.
Según REDES, el alto precio de los metales puede traducirse en mayores ingresos fiscales, reducción del déficit público, mejora en servicios sociales y fortalecimiento del tipo de cambio. Pero todo esto depende de que se canalicen inversiones hacia proyectos legales y sostenibles, algo que hoy está en entredicho por la falta de seguridad jurídica, conflictos sociales y un débil aparato institucional.
“Estamos ante una oportunidad histórica”, dice el informe. “Pero si no se toman decisiones urgentes, el oro que hoy brilla puede ser el mismo que nos hunda en una espiral de violencia, ilegalidad y deterioro ambiental”.
El Estado, la sociedad civil y el sector privado tienen un papel crucial que jugar. No se trata solo de prohibir, sino de ofrecer alternativas viables a las poblaciones atrapadas en la economía ilegal. Se necesita presencia efectiva del Estado, inversiones en infraestructura, educación, y una política firme contra las mafias que controlan la cadena de la minería ilegal.
Porque en el Perú de hoy, mientras el oro se convierte en refugio financiero para el mundo, en Arequipa se vuelve una condena para quienes nacieron rodeados de riqueza, pero viven entre socavones de impunidad.