TÚPAC AMARU II Y EL MIEDO QUE NO SE HA IDO


Cada 18 de mayo se recuerda la muerte de Túpac Amaru II, aunque a veces da la impresión de que lo recordamos solo porque toca hacerlo en la fecha. Pero si uno se detiene un momento, si mira bien, se da cuenta de que ese hombre sigue siendo actual e incómodo incluso ahora. Y eso ya es bastante decir.
Porque no es una figura lejana de museo. José Gabriel Condorcanqui no fue un rebelde más. Era un hombre que conocía el sistema colonial por dentro: hablaba tres idiomas, sabía de leyes, tenía tierras y el cargo de cacique reconocido por la corona. Es decir, tenía facilidad de “cómo quedarse callado”. Pero eligió no hacerlo. Y eso es lo que no se le perdona.
Su rebelión no fue solo contra los abusos económicos o los corregidores corruptos. Lo que planteó fue más profundo. La seguridad de que los pueblos podían dejar de vivir según lo que el poder decía que debían ser y hacer. Esa idea, todavía hoy, pone nervioso a más de uno.
Frantz Fanon, psiquiatra, filósofo y escritor francés-caribeño, que vivió siglos después en otra parte del mundo, lo explicó con una claridad que parece escrita para nosotros. Decía que el colonialismo no se limita a ocupar tierras. También entra en la cabeza, en el modo de verse a uno mismo, en las palabras que uno usa para hablar de su gente, de su historia, de su valor. Y que romper con eso no empieza con discursos, sino con decisiones. Con actos que, aunque parezcan simples, cambian el curso de las cosas.
Túpac Amaru no pidió permiso para decir lo que pensaba. No se acomodó. No esperó a que lo aceptaran. Dijo en voz alta lo que muchos pensaban en silencio y se atrevió a actuar. Y por eso no solo lo ejecutaron: lo rompieron en pedazos frente a todos, como queriendo borrar hasta la última posibilidad de que alguien volviera a seguir ese camino. Mataron a su esposa, a sus hijos, familiares y amigos, prohibieron su idioma, sus símbolos, su ropa, extinguirlo de la memoria.
Y, sin embargo, esa memoria sigue viva. Se asoma cada vez que alguien alza la voz desde donde no se espera. Cada vez que una localidad exige ser tomada en cuenta. Cada vez que alguien deja de agachar la cabeza y empieza a hacer las cosas con dignidad, sin disfrazar el origen ni rebajarse para encajar.
Basta ver actualmente cómo reacciona alguien cuando se habla de fortalecer la dignidad, identidad cultural, recuperar los idiomas nativos, de cuestionar privilegios o de revisar cómo se cuenta la historia. Todavía hay quienes se apresuran a decir que eso divide, que no es maduro, mejor no remover.
Túpac Amaru enseña que el momento no llega, el momento se crea, estar firme, aunque parezca difícil. Aprender a mirarnos internamente sin miedo y actuar.