Cuidar a los padres

REFLEXIONES

Por Rubén Quiroz Ávila

En un momento todo cambia. Con una velocidad asombrosa pasamos de niños a padres. A veces creemos que ese proceso es suficientemente largo, sin embargo, somos sorprendidos por una etapa a la que no necesariamente estamos preparados. Cuando nuestros padres comienzan a envejecer. Entonces, vemos su declive con una velocidad impresionante. Esos seres fuertes, que lo sabían todo, que nos amparaban, guías de caminos inéditos, que nos cuidaban, ahora más bien requieren de nuestras más pacientes atenciones y el círculo se reinicia.

Y uno de los dilemas, aunque cuesta que se admita, es procurar la reciprocidad. Es decir, tratarlos como nos trataban, aparece en el horizonte de las acciones posibles. Generaciones distintas, criadas con valores diferentes, que se interponen con su propia escala de valores. En esa tensión ética, los caminos que se optan definen también cómo somos nosotros. Algunos asumen la reciprocidad y el compromiso en tanto permanece un vínculo de amor cultivado toda la vida. Si siempre ha sido tratado con respeto y amor, es probable que regrese lo mismo y maximizado. Por supuesto, también pasa lo contrario. Si ha sido forjado en su infancia a punto de diversas formas de violencia, las posibilidades de que permanezca el vínculo roto y casi no haya nada por repararlo, se impone entre esas opciones de qué hacer ante la vejez de nuestros padres. Incluso algunos lo ven como un ajuste de cuentas.

A la par, aquellos que más bien regresan amor con amor, comprensión con comprensión, activan una cadena de condiciones para que el inevitable deterioro físico y mental, con todas las consecuencias que ello significa, sea resistido y minimizado. Ello implica una logística que puede cansar a algunos, ya que requiere destinar recursos que no siempre se dispone. Por eso hay que tener claro que no solo es el soporte económico (recordemos las magras pensiones de retiro o, en la mayoría de los casos, una inexistente jubilación), sino también entender lo fundamental que es el soporte emocional.

Estar al lado, acompañando su travesía final, en diálogo permanente de tal manera que sea, incluso, una nueva oportunidad para conocer nuevas historias suyas y entrar a capas más profundas de la biografía de nuestros padres. No es tratarlos como una extensión filial, como si fueran hijos nuevos, sino con la dignidad y esmero que requiere toda persona y, más, sin son aquellos a quienes amamos tanto. Entre esas cautelas médicas y psicológicas que hay que amparar e impulsar constantemente y que se acrecientan como parte de ese gran círculo de la vida, la forma como los trataremos será el reflejo de lo que somos y hemos aprendido durante todos estos años. Y es una forma de recordarnos el honor y el privilegio de ser hijos de padres maravillosos, o de comprenderlos de otra manera y reconstruir asertivamente otra forma de ser también padres.

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