Un solitario visionario

REFLEXIONES

Libertador, recorriendo el territorio nacional en los primeros quinquenios del siglo XIX.
Sin embargo, poco se conoce de su papel como promotor de un debate transparente con la población por medio de la prensa, para definir si nuestra naciente república debía adoptar una monarquía constitucional o una república de ciudadanos, dirigida por autoridades con talento, educación y meritocracia.
Sánchez Carrión se enfrentó a Bernardo de Monteagudo –quien defendía la implementación de una monarquía moderada en la Sociedad Patriótica de Lima– sin considerar la opinión de la población. El joven republicano, en cambio, sostenía que la discusión debía salir del centro elitista. Por ello, decidió exponer sus argumentos en medios de prensa como La Abeja Republicana, con el seudónimo El Solitario de Sayán.
El historiador y profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Javier Pérez Valdivia, en su reciente exposición durante el conversatorio José Faustino Sánchez Carrión y sus aportaciones al constitucionalismo integral –organizado por el Centro de Estudios Constitucionales del Tribunal Constitucional– manifiesta que el prócer “decide democratizar el debate, apelar a los ciudadanos, quitarle los ribetes elitistas y limeños, peruanizarlo y evitar que fueran zanjados por minorías aunque fueran ilustradas. Obliga a que la discusión se coloque en la esfera pública, para que los ciudadanos se pronuncien”.
José Faustino, nacido en Huamachuco el 13 de febrero de 1787, en la sierra de La Libertad, a 170 kilómetros de la ciudad de Trujillo, se formó en el Seminario de San Marcelo, en esa ciudad, a los 15 años, y más tarde se trasladó al Convictorio de San Carlos, en Lima, donde se convertiría en uno de los más importantes ideólogos de la República.
Pérez Valdivia destaca varios principios de su legado. Algunos tienen que ver con que las personas ejerzan libremente sus derechos y deberes, dejando atrás el vasallaje heredado del virreinato; que la República se construya sobre la base de liderazgos y competencias, y no de caudillos; y que la honestidad sea la principal característica del funcionario. Doscientos años después, Sánchez Carrión sigue vigente.