JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO
Por: Javier Del Río Alba – Arzobispo de Arequipa

El 11 de febrero celebraremos la 31ª. Jornada Mundial del Enfermo, instituida por san Juan Pablo II en el año 1992 como «un momento fuerte de oración, participación y ofrecimiento del sufrimiento para el bien de la Iglesia, así como de invitación a todos para que reconozcan en el rostro del hermano enfermo el santo rostro de Cristo que, sufriendo, muriendo y resucitando, realizó la salvación de la humanidad» (Juan Pablo II, Carta, 13.V.1992). Si a finales del siglo XX fue acertada la decisión del Papa Wojtyla de instituir esta Jornada, hoy, entrado el siglo XXI, es aun más acertado celebrarla ya que la cultura que se va globalizando en nuestros días tiende a rechazar el sufrimiento y, por tanto, a descartar a quienes lo hacen presente. Así se va extendiendo la experiencia de que, si bien la enfermedad forma parte de la existencia humana, «si se vive en el aislamiento y el abandono, si no va acompañada del cuidado y la compasión, puede llegar a ser inhumana» (Francisco, Mensaje, 10.I.2023). Por eso, en su mensaje para la Jornada que estamos próximos a celebrar, el Papa Francisco nos invita a «reflexionar sobre el hecho de que es precisamente a través de la experiencia de la fragilidad y la enfermedad como podemos aprender a caminar juntos según el estilo de Dios, que es cercanía, compasión y ternura».

En ese sentido, el mismo Papa nos recuerda que la enfermedad no nos excluye del pueblo de Dios sino que, por el contrario, Dios tiene una atención especial por los enfermos y, por consiguiente, también ellos deben estar en el centro de la atención de la Iglesia y de la sociedad. Nos dice Francisco en su mensaje: «Todos somos frágiles y vulnerables; todos necesitamos esa atención compasiva, que sabe detenerse, acercarse, curar y levantar. La situación de los enfermos es una llamada que interrumpe la indiferencia y frena el paso de quienes avanzan como si no tuvieran hermanos y hermanas».

Nadie suele estar preparado para la enfermedad. De hecho, ni siquiera nos resulta fácil aceptar los límites que nos va imponiendo el avance de la edad. En algunas sociedades, incluso, no se deja nacer a los niños que vivirían con ciertas enfermedades y se promueve que los enfermos opten por el suicidio haciéndoles sentir que son una carga para los demás. En síntesis, en el mundo actual hay cada vez menos espacio para la fragilidad y eso hace que muchas veces los enfermos y los ancianos sean marginados y experimenten el abandono y la soledad. Por eso es cada vez más importante que los cristianos les demos un lugar preferencial en nuestra vida y en nuestras comunidades, «como profecía de una humanidad en la que todos son valiosos y nadie debe ser descartado», nos termina diciendo Francisco en su citado mensaje. Demos gracias a Dios por tantas personas que están cerca a los enfermos: sus familiares, amigos, miembros de sus comunidades, sacerdotes, religiosas, y personal de la salud. Pidamos a Dios por todos ellos y de manera especial por nuestros enfermos, para que el Espíritu Santo les consuele, encuentren en la unión con Cristo Crucificado un sentido para su sufrimiento y, ofreciéndose con Cristo al Padre, puedan transformar ese sufrimiento en gracia para ellos mismos, su familia y toda la humanidad.

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