MARIANO CARPIO CUEVA: UN HOMBRE VOLCÁNICO COMO EL MISTI
Por: Hélard Fuentes Pastor

Ha ningún hijo suyo, ha visto partir Arequipa con tanta vitalidad y lucidez, como a Mariano Carpio Cueva.

La última vez que se dejó ver fue el 10 de agosto, en la presentación del libro en homenaje a la picantera Josefa Cano, de la artista arequipeña Lula Valdivia (2022). Bien trajeado, con el cuerpo erguido y el rostro firme, mientras pactábamos una entrevista que le iba a realizar en el transcurso de estas semanas, me comentó su disposición de participar de una competencia de atletismo en la categoría seniors. “Te muestro mi carnet (de participante) para que veas que no te miento” —dijo. Y a los pocos días, la noche del 14 de agosto, en tanto aguardaba para la serenata tomando un vino en la biblioteca de mi casa, junto a Fabricio Marcelo, escuchamos nítidamente, el sonido de una cuerda que provino de la caja de la guitarra. Tú, uno de los principales difusores del yaraví melgariano, no sabía que te estabas despidiendo.

Un día de agosto del 2002, decidió fundar la Asociación Cultural “Escuela del Yaraví” tribuna desde la cual promovía la cultura arequipeña. Aquel hombre octogenario con buena postura, hablaba de promover la poesía loncca y la música local. De este modo, llegó a organizar el histórico concurso de yaraví junto a la Municipalidad Provincial de Arequipa, por lo que fue un profundo cultor de la vena de Melgar. Don Mariano —como solíamos llamarlo— era un ser entusiasta, por demás alegre, que se caracterizaba por su cordialidad y el amplio conocimiento que tenía de Arequipa a pesar de haber radicado muchas décadas, desde los años 70, en los Estados Unidos. Él, como pocos, hizo patria en su tierra y en el extranjero, en la ciudad de Nueva York.

Su mirada resuelta en la juventud, me permitió conocerlo a través de un amigo, compañero agustino de la Escuela de Turismo, Juan Carlos Cabrera, que una mañana me lo presentó en la Municipalidad. Desde entonces, reconocí aquellos cabellos canos entre la concurrencia que asistía a festivales arequipeños, presentaciones de libros o eventos institucionales. Su gesto afable, su sonrisa alta y sus ojos cristalinos, otorgó a cualquier diálogo nuestro, un halo de familiaridad. Siempre hablando de la música, la literatura y la arequipeñidad.

Algo que pocos conocen es que el periodista y fotógrafo fue bautizado en Camaná, en la antigua parroquia de San Miguel Arcángel, un 1 de abril de 1928 y con el nombre de “Mariano Encarnación” (Ref. Registro de bautizos, 1928: 118). Dice: el cura vicario puso óleo y crisma a una criatura de ocho días de nacida, hijo de Teodocio Carpio y Teresa Cueva. Su padre fue natural de Cayma, pero al parecer residió un tiempo en el valle, ya que el 23 de agosto de 1930, en el mismo lugar, se bautizó su hermano Isaías Bernardo. Su madre, por el contrario, provenía de Chuquibamba. Los padrinos Pedro Salazar e Ignacia de Estremadoyro, y, Fernando Carnero y Andrea Medina, respectivamente, nos permiten saber que la familia estuvo vinculada a los hogares clásicos de la provincia camaneja.

En la anécdota personal, familiar y amical, se relata que Carpio Cueva nació en la calle Alto de la Luna —según conversamos con uno de sus amigos cercanos, el periodista Víctor Huirse— en la memorable Casa Rosada, un 25 de marzo de 1927. Otra versión narra que fue alumbrado en Huichara, un centro poblado de Iray, en Condesuyos; recordemos que su madre provino de la capital de dicha provincia. En cualquier caso, la primera infancia de don Mariano fue tan misteriosa como los años de juventud y adultez.

Huirse —en confianza— me comentó que Mariano perdió a su madre cuando tenía apenas dos añitos de edad, siendo criado por su padre durante la primera infancia, junto a la compañera de él que, según contaba, no lo quería. Teodocio fue mecánico, por ese motivo debió viajar constantemente.

Don Mariano le contó a Víctor, que cuando conversaba con su papá, siendo niño, aquel se anticipaba a que no estaría en su vida, hablándole de cosas adultas como el matrimonio e inculcándole los principales valores sociales. Llegó a decirle: —Si es que en algún momento demoro es porque me ha pasado algo y tienes que ir donde unos tíos. Más tarde, Teodocio sufrió un accidente automovilístico dejándolo huérfano cuando apenas frisaba los 10 años de edad. Entonces, hizo lo que su padre le dijo. Tomó sus cosas y buscó a un pariente cercano que le ofreció una habitación dividida por un tripley. Luego de ser acogido, contaba que su crianza fue motivo de discusión en la familia y al escuchar, escondido, aquella preocupación, decidió fugarse.

El pequeño Mariano debió conocer la tierra de su madre: Condesuyos, donde encontró —en difíciles condiciones— la oportunidad de salir adelante por cuenta propia, recién entrado a la adolescencia. Eso sí, era un muchacho muy hábil e inteligente, por lo que esa aptitud le permitió responder a una complicada labor en la mina de San Juan de Chorunga, un centro poblado que se encuentra en el distrito de Río Grande. En aquella localidad, recogió múltiples anécdotas, incluso se dice que conoció a una alemana —que era hija de un ingeniero— o que tuvo un altercado con un policía abusivo y cuyo problema lo obligó a migrar nuevamente. Esta vez, a la ciudad de Lima, aproximadamente a los 20 años, donde trabajó como reportero gráfico para el matutino de La Crónica. Allí le decían: “el chosicano”, precisamente, porque vivió un tiempo en pueblo de Chosica. Esa cercanía con la capital, lo llevó establecer amistad con un ex presidente peruano.

Luego de aquellas experiencias, Marianito decía haber conocido un gran amor y haber tenido tres hijos, que penosamente fallecieron en el histórico y violento alud que afectó a las ciudades de Yungay y Ranrahirca en 1970. Aquella pérdida marcó su vida, refugiándose en el vicio del trago para mitigar su dolor, hasta que coincidió con un policía quien lo animó a encontrar sentido a su existencia y, por esas situaciones del destino, se encontró con un amigo que estaba preparando su viaje para los Estados Unidos. Así surgió la idea de emigrar e inmediatamente fue a la embajada norteamericana para realizar sus trámites.

Al llegar comenzó a trabajar en la fabricación de puertas enrollables metálicas, encontrando un sustento para su vida. También, don Mariano le contó a Víctor, que llegó a conocer al rey español Juan Carlos I, con quien incluso almorzó. Estableciendo algunas temporalidades, resulta que Su Majestad, visitó oficialmente el Congreso de los Estados Unidos en 1976, donde dirigió un discurso. Esa fue la primera vez que un monarca español habló ante las dos cámaras legislativas del país norteamericano.

Mariano no cerraba capítulos, los abría con un panó de posibilidades que lo condujo a promover y preservar las tradiciones locales; a sensibilizarse por la cultura con apertura, simpatía, y por su ciudad y sus personajes, organizando un histórico homenaje al científico Pedro Paulet Mostajo en el 2016, junto al investigador Álvaro Mejía; a amar el periodismo que conoció en las calles y lo llevó, sin esperarlo, a ser incorporado como miembro del Centro Federado de Periodistas de Arequipa; a abrazar su última residencia, en Socabaya, y a mostrar aquel carácter fuerte, pertinaz y elocuente, que lo caracterizaron en su quehacer cultural.

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