La decadencia de Occidente
Por:Juan Carlos Rodríguez Farfán

En el libro “Decadence” de Michel Onfray publicado en el 2017, el filósofo francés constata que la civilización occidental está en camino a un ineluctable fin. Para sostener su análisis propone que cualquier civilización funciona como un ser vivo: nacimiento, desarrollo, apogeo y muerte. La decadencia de occidente corresponde entonces a la agonía de una civilización que ha dominado el planeta durante dos mil años. Los signos de esta decadencia son múltiples. En los terrenos económico, geopolítico, cultural y moral el síntoma de agotamiento es visible y según Onfray irreversible. A pesar de la profusión de datos (el libro que sobrepasa las seiscientas páginas aborda el análisis desde el nacimiento de Jesús hasta el incidente trágico de las Torres Gemelas en New York), lo que llama la atención es que el autor considere a la demografía, como el elemento clave para explicar la debacle occidental. La baja natalidad en el continente europeo, en Norteamérica y en la Oceanía de Australia y Nueva Zelanda sería la prueba del agotamiento y de su poca confianza en el futuro. En comparación la tasa de natalidad es exponencialmente inversa en el África, América Latina y la India. Estas, son sociedades “jóvenes” frente a la occidental cuya población es cada vez más vieja. Si a la natalidad le agregamos el volumen poblacional, el desbalance es abrumador. Y no siempre ha sido así. Según la lógica del pensador galo, si se quiere conquistar el mundo, se necesitan brazos laboriosos, brazos guerreros. Para ganar una guerra es imprescindible renovar los batallones de caídos con una nueva carne de cañón. El otro aspecto sustantivo de la decadencia occidental es que su modelo ya no es unánimemente aceptado, su eficacia ha sido cuestionada, lo que ha permitido el surgimiento de nuevas alternativas. Las economías ascendentes de la China, la India, el Brasil, la Rusia y los países árabes del Golfo, corresponden a nuevos paradigmas. El desgaste del modelo occidental es igualmente el resultado de su propia conducta prepotente, de su inconsecuencia con la prédica democrática, para ello están los ejemplos de las guerras promovidas en Siria, Libia, Iraq, Yemén por mencionar solamente las más recientes. Si a ello le agregamos el periodo colonialista sembrado de ignominias en nombre de la civilización judeo-cristiana, el occidente ha llegado a un punto sin retorno. En este contexto, muchos de los proyectos políticos alternativos actuales (incluido el proyecto islamista) tienen un deseo de desquite, de revancha, de venganza. El Occidente está cansado, ya no cree en su propio destino. La invasión en Ucrania por las tropas rusas de Putin nos da una prueba suplementaria. Y no es un asunto a festejar o a lamentar. Es un hecho histórico. Los EE.UU. que según la lógica y los tratados firmados deberían defender el mundo occidental, se han puesto al costado. Han decidido que su batalla es otra. La suya, la de su propia sobrevivencia. En desmedro de la historia y de los compromisos. Mientras tanto los ucranianos van muriendo… ¿Es saludable o trágico que el occidente muera? ¿El Perú hace parte de este conglomerado? ¿El mundo seguirá existiendo sin este occidente que ha sido vehículo de grandezas y también de las peores exacciones? El mundo está cambiando frente a nuestros ojos. Nuestro deber, el mío al menos, es el de intentar de comprender. De explicarlo en el mejor de los casos. El destino no solamente es un asunto de oráculos, es por supuesto el de una postura activa, aunque inútil, aunque insulsa, pero buscando un derrotero, una actitud digna frente a la vida. ¿Si el Occidente (en términos culturales, políticos y éticos) muere, puedo yo existir, siendo un subproducto, una deformación, sino un hijo indeseado? La respuesta nos pertenece. A cada uno como individuo, como sociedad. Persisto en pensar que nuestra historia ancestral, a pesar de su relación traumática con el Occidente ha permanecido en su camino alterno. Ha permanecido en la grandeza de su originalidad y en su capacidad de cambio. Los milenarismos siempre me han parecido sospechosos por sus posturas totalitarias y obtusas. No sólo creo que sobreviviremos al derrumbamiento del Occidente. Pienso que tenemos allí una oportunidad histórica. Más allá de venganzas, más allá de juicios sumarios. En estos inicios del siglo XXI tenemos una oportunidad de sublimación, ojalá no la desperdiciemos.

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