Fuera del canon

Por Fátima Carrasco
Elizabeth von Arnim fue la notable autora de una veintena de novelas, además de su autobiográfica -aunque sólo veladamente- “Todos los perros de mi vida”, un divertido y conmovedor homenaje a los grandes, medianos y pequeños canes que la acompañaron a través del tiempo, como Cornelia, la tierna y olvidada teckel: “Qué desagradable sensación descubrir cuan egoísta, cuan indiferente hacia aquellos que un día fueron amigos podía volverse una mujer ensimismada en la vida familiar”.
Von Arnim se declaraba fan de los perros, por encima de todos sus muchos y muy queridos seres, “porque los perros te adoran hasta el último ladrido”.
Pese a declaraciones como: “Comencé a sospechar que lo que la gente denomina soledad es lo que más adoro”, tuvo una intensa vida ¿zoocial?: cinco hijos, affaires y amistades con letraheridos de su época y dos matrimonios no muy afortunados: uno con el germánico conde von Arnim, de quien enviudó en 1910 y otro con John Francis Russell, hermano mayor de Bertrand Russell, de quien se divorció en 1919.
Su debut literario en 1898 con “Elizabeth y su Jardín Alemán” fue tan exitoso que ése mismo año la obra se reeditó veintiuna veces. Elizabeth mantuvo su identidad bajo el anonimato para evitar conflictos con su consorte -El Hombre Airado, como le denomina en sus obras-. Como puede deducirse por el clarificador título, se trata de una elegía a la naturaleza en general y la jardinería, en particular, escrita por una entonces joven recién casada feliz en su soledad -por aquel entonces vivía, motu propio, en una aislada finca en Pomerania-: “la obsesión por estar siempre acompañado por tus semejantes es para mí absolutamente incomprensible”.
El rasgo más destacado en todas sus obras fue su intenso, a veces jovial y siempre completo conocimiento del género humano, de la psique femenina y de la masculina.
Bajo una aparente ligereza y superficialidad, sus tramas y personajes revelan todos los matices de las complicadas relaciones y sentimientos entre antropoides de todo género y condición social.
Eso explica la popularidad de ciertas novelas suyas, versionadas para el cine. Incomprensible, en cambio, resulta su olvido durante décadas. A través de sus novelas el lector percibe los cambios de los siglos pasado y antepasado. En “Un abril encantado”, asistimos al viaje real maravilloso que une a cuatro británicas: la lúcida y apocada Mrs. Wilkins –“nuestra clase de bondad hace infeliz. La hemos conseguido y somos infelices”- y la desventurada Mrs. Arbuthnot -“Era asombroso que en casa hubiese sido tan buena, tan terriblemente buena y sólo hubiera conseguido sentirse atormentada”-acompañadas por una joven agraciada y una anciana con mucho de Lenny Malacara. La primavera en una villa italiana ilumina la lluviosa y gris ánima de las británicas protagonistas y de sus respectivos partenaires.
Muy distinta de esta amable y algo ingenua trama es su inquietante “Un Matrimonio Perfecto”, precursora de “Rebeca”. Es la cruda radiografía del lado más oscuro y heavy de las relaciones, siniestra y aterradora en su exactitud al describir el infierno emocional de la joven huérfana Lucy, con personajes como su tía, la señorita Entwhistle, quien, a sus 48 años “lo que ansiaba con un deseo cada vez más intenso, convertido casi en desesperación en aquel invierno interminable, era su butaca junto a la chimenea y la visita esporádica de alguna amiga de mediana edad para tomar el té”.
La secuela de ésta historia de horror cotidiano fue “Vera”.
Sólo en apariencia más amable y superficial puede parecer su “Mr. Skeffington” la crónica del declive de una alegre y algo estólida divorciada, Fanny, quien “…al menos se alegraba de ser una mujer sin ataduras, libre de sentirse tan melancólica como se le antojara, sin involucrar a un marido o a unos hijos en su mal humor: personas indefensas que no podían escapar y estaban obligadas a sufrir cuando la madre o la esposa tenía un arrebato de pesimismo”.
En vísperas de cumplir medio siglo de regalada existencia y tras superar una grave enfermedad, a Fanny, la archidenominada gran beldad, le asalta el recuerdo de Job, su exconsorte, de nombre bíblico y religión judía. Los múltiples encuentros -o más bien desencuentros- con sus ex pretendientes servirán a Fanny para aterrizar en éste mundo triste y enfermo, con un final sorprendente y brillante. La idea principal de la novela es que pese a todas las ventajas y privilegios existenciales, la vida sale al encuentro incluso de la más frívola persona y que a veces el tiempo no pasa, sino que atropella.
Combinar el desenfado con el hondo conocimiento del ser humano, la mirada femenina aceptando con deportividad los avatares existenciales, fue el mayor logro de la injustamente relegada y alegre Elizabeth, quien vivió Alemania, Suiza, Inglaterra, Francia y finalmente murió en Estados Unidos en 1941. Había nacido en 1866, en Sidney, con el nombre de Mary Anette Beauchamps. Su prima fue Katherine Mansfield, un detalle menor en una obra mayor que su reconocimiento.