LA POESÍA Y EL JUEGO DEL TEJO A NERUDA

Por Willard Díaz

Durante un tiempo los poetas solían atribuirse a sí mismos y a su obra la más grande importancia entre todo cuanto existe; hoy por el contrario es común encontrarse con buenos poetas que se muestran gente como uno y amigable, que hablan de sus obras como de productos humanos no muy distintos de otras creaciones de los hombres. En cualquier caso, la importancia y, sobre todo, la función de la poesía en la sociedad estarán siempre sujetan a debates y parece poco probable que se logre acuerdos al respecto. A pesar de ello, respecto a la naturaleza de la poesía hay por lo menos una idea que la mayoría de teóricos y autores comparte: que se parece más al juego que a cualquier actividad práctica.

En efecto, la poesía tiene en común con el juego algunas características. Un juego existe porque existe un conjunto de reglas que le dan su forma; el ajedrez es sus normas, si ellas varían desaparece el ajedrez y aparece otro juego diferente. De igual manera, en poesía hay un conjunto de reglas que la rigen y al mismo tiempo la conforman. En el juego se enfrentan dos partes, debe haber dos jugadores por lo menos; en la poesía también se necesita del concurso de dos partes, autor y lector. Si el lector no ingresa en el juego poético, si no le interesa jugar o si es menospreciado o desalojado del misterio de los versos, se rompe de inmediato la comunicación poética.

Siempre hay y habrá quienes juzguen a la poesía por su utilidad moral, por sus enseñanzas, pero estos valores parecen consecuencias de sus consecuencias, más que su propósito esencial. Se podría decir con mayor derecho que la poesía procura que el hombre mantenga viva su imaginación, pero esto también sería fijarle metas. Resulta mejor considerar que la poesía no tiene ningún fin práctico, y que, como el juego, su propósito es catártico, a lo sumo darnos placer.

Pero claro, todo juego exige cierto esfuerzo. ¿Cuánto esfuerzo hay que poner en la lectura de estos dos versos de José Ruiz Rosas

Yo tengo un sol opaco en la mirada

Puesto allí a secar cual una estopa

Es necesario aprender a jugar con la poesía, con sus reglas y sus símbolos. Hay un aprendizaje previo, un tiempo de ejercicio que nos adiestrará para entender y emplear el lenguaje de modos inusuales, diferentes muchas veces al cotidiano, porque son usos creativos del idioma, destinados a iluminar regiones que no se ven todos los días ni les está dado ver a todos los hombres en actitud normal. Esfuerzo y placer son consustanciales a la poesía. Y para alcanzar el mayor goce en la lectura o en la escritura de poesía, es preciso aprender a utilizar sus normas. Dicho aprendizaje, como la práctica de cualquier oficio, será al comienzo dificultoso, pero en la medida en que nos esforcemos por dominar las destrezas que nos demanda lograremos la mejor interpretación, o la perfección en la escritura de nuestros versos; como aquel jugador que después de semanas o meses de entrenamiento, cuando llega a la cancha nos deslumbra con la naturalidad de su maestría.

MÚSICA, MAESTRO.

Una buena parte del placer que nos brinda la poesía proviene del placer que nos produce la música. De manera espontánea reaccionamos al oír en la radio alguna composición, sea de música popular o clásica. En cierta medida, aprender a leer y gozar de la poesía es aprender a gozar de la música de las palabras, a captar las finas armonías y los delicados juegos de ritmos, afinar el oído para reproducir las líneas melódicas, las polifonías, los ritmos y contraritmos de los mejores poetas. Un verso memorable lo es tanto por lo que entendemos en él cuanto por la música ligada a su forma, que nos permite recordarlo. Si recurrimos a la experiencia de cambiar una palabra por otra en un verso famoso veremos o sentiremos de inmediato que este cojea, que ha perdido su equilibrio y ha dejado de producir el efecto armónico que logró crear su autor.

LO NUEVO EN ESTE MUNDO

La poesía no es sólo música, por supuesto, es algo más, una combinación de música y significados, de sonidos e ideas. En la poesía las ideas no son las viejas ideas de este mundo de significados y códigos comunes. Son las nuevas ideas, las nuevas áreas de conocimiento de la realidad humana; la poesía nombra lo inexistente y al nombrarlo lo integra al mundo humano, lo introduce en el repertorio de los significados y las emociones de todos los hombres. Todo esto lo explica de un modo bastante claro el poeta mejicano Octavio Paz:

“La obra dice lo que dice y dice lo que no dice. Lo dice independientemente de lo que quiso decir el autor y de lo que ella misma dice. La obra no dice lo que dice: siempre dice otra cosa.

La obra es insólita porque la coherencia que es su forma nos descubre una incoherencia: la de nosotros mismos que decimos sin decir y así nos decimos. La forma es una máscara que no oculta sino que revela. Pero lo que revela es una interrogación, un no decir: un par de ojos que se inclinan sobre el texto –un lector. A través de la máscara de la forma el lector descubre no al autor sino a sus ojos leyendo lo no escrito en lo escrito.

El poeta es el lector de sí mismo el lector que descubre en lo que escribe, mientras lo escribe, la presencia de lo no dicho, la ausencia de decir que es todo decir. La obra es la forma, la transparencia del lenguaje sobre lo que se dibuja -intocable, ilegible- una sombra: lo no dicho…”

En resumen, la poesía es una especie de juego musical con palabras, del que valoramos su capacidad expresiva. Juego, música y expresividad podrían ser los tres elementos de la poesía, elementos que, claro está, se combinan de miles de formas distintas, pero que en lo básico son permanentes en lo mejor de la poesía universal.

Podemos entonces para los efectos didácticos de este artículo examinar la manera como dichos elementos se combinan en determinados poemas, y aprender así a manejarlos de un modo más o menos consciente si queremos en nuestro momento escribir poemas sensibles. Esto nos llevará a adquirir lo que algunos lingüistas llaman la competencia, el tacto, la habilidad en el manejo de este lenguaje segundo que es la poesía.

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