Solo aquel que renuncia a su vida, vive plenamente

Por: Juan Manuel Zevallos Rodríguez.
El maestro de la fe y de la paz interior, aquel que nos enseñó a vivir aceptando nuestra realidad y que nos levantó del suelo extendiéndonos sus manos, nos invita a pensar en lo que es realmente la vida y cuál es nuestro propósito a lo largo de la existencia.
Aquel que renuncia a su vida y me acepta en su corazón, es salvo. Y realmente, una de las verdades más grandes que existen en salud mental es “la aceptación del mundo tal como es y la renuncia a la vida de estrés y sufrimiento que hemos tolerando y permitido que aloje en nuestro interior”.
Cuando rechazamos nuestra vida y todo aquello que llevamos a cabo a diario nos destruimos. Cuando anhelamos aquello que en este momento no es posible, sufrimos y cuando decidimos vivir una vida ajena a aquella que en verdad nos corresponde, vamos muriendo.
Cristo nos enseñó el camino de la verdad y del amor personal y lo predicó en cada acto que llevó a cabo.
Yo te pregunto:
¿Cultivas a diario el amor personal?
¿Día a día desarrollas acto de compromiso y de entrega con tu prójimo?
¿Aceptas que eres un ser que aún tiene capacidades por desarrollar?
¿Valoras todo aquello que has alcanzado a obtener hasta el momento?
La ausencia de amor en nuestra vida cotidiana no es un regalo de afecto al cual aferrarse, es una creación mental que destruye la confianza en uno y que debilita la autoestima.
“Y Dios creó al hombre a imagen y semejanza suya”.
Y vengo y digo: ¿Cuál es la imagen y la semejanza de Dios?
Dios es amor, eternidad y totalidad. Por ende, cada uno de nosotros, seres humanos de carne y hueso somos seres nacidos en el amor más grande, de aquel que nos creó y de aquella madre que un día decidió que el fruto de su vientre debiera crecer y desarrollarse hasta poder desarrollar las capacidades necesarias para vivir en el mundo exterior.
¿Cuántas veces hemos agradecido a nuestra madre por el gran compromiso que asumió con nuestra vida?
¿Cuántas veces hemos reconocido que el amor de madre es único e invalorable?
¿Cuántas veces hemos desarrollado actos de apostolado a favor de la vida humana?
Cuando nos olvidamos de donde hemos venido, dejamos de ser nosotros mismos y nos hundimos en tierras movedizas de frustración.
Lo más valioso de un árbol no se halla en sus ramas, aquella que le da vida y solidez se halla bajo tierra, en su raíz.
La fortaleza emocional de cada ser humano se halla en poder interpretar de modo constructivo y de poder interiorizar con entrega y entusiasmo, aquel amor incondicional que nos dio nuestra madre y que luego se fue proyectando en cuidado constante y en formación de valores y aptitudes.
Cada una de nuestras madres el día que toma la valiente decisión de asumir nuestra vida posiblemente respondió a su conciencia del mismo modo que María Madre respondió al ángel que la visitó: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu voluntad”.
Hemos vivido cobijados por manos que destilaban amor y hoy, luego de mucho tiempo, mucha gente en el mundo proclama: “me siento vacío, no siento el amor”
Nos hemos alimentado del líquido más precioso de la creación: la bebida energizante y tranquilizadora del amor y ahora, de modo negligente, proclamamos que hemos sido campos ajenos a dicho diluvio de felicidad.
Hoy renunciamos a nuestra vida porque detestamos sufrir y hacemos todo lo contrario a aquello que el maestro del amor predicó. Él nos invitó a renunciar a la vida de fracasos y sufrimientos que erradamente hemos ido construyendo con el paso de los años. Él nos invitó a ya no vivir amparados por la sombra del miedo y la soledad. Él nos dijo que siempre estaría con nosotros y que la soledad era nuevamente una creación humana que busca solo nuestra destrucción. Era la deglución, una vez más, de la manzana del falso conocimiento y del ego que no tolera la frustración.
El maestro del amor, que aceptó con paciencia y ternura su vida, nos invita con sus palabras y obras a aceptar el mundo que nos rodea y a desarrollar aquellas capacidades que aún no hemos desarrollo con el único fin de vivir a plenitud.
Vivir a plenitud y en calma, basados en el precepto de la unidad familiar y el compromiso social. En poder determinar claramente cuales son aquellos pilares fundamentales que deben servir de sustento para mi existencia.
Solo aquel que renuncia a aquel mundo virtual de ostracismo y desolación donde vive, solo aquel que pueda dejar de abrazar a la vanidad, el egoísmo y el egocentrismo, podrá vivir plenamente en el mensaje de Cristo.
No podemos servir en verdad al amo de la riqueza, la posesión y el éxito social y a la vez servir al amo del desarrollo personal, la autoaceptación y el gozo por la vida.
Cada uno tiene la capacidad y la libertad de decidir cuál es el camino que ha de recorrer y cuáles son las experiencias que desea experimentar. El primer camino genera una alegría transitoria y un falso sentido de triunfalismo. El segundo sendero, más estrecho y con menos huellas de viajeros en su faz, te enseña a dialogar contigo mismo, a valorar todo lo que haces a diario y te lleva a renunciar al triunfalismo y a la vanidad.
Renunciar a esta vida de consumismo que nos asfixia a diario con sus mensajes de supuesto gozo personal es un camino que exige un alto nivel de esfuerzo. Y es que muchos serán los llamados y pocos serán los elegidos. Y es que muchos escucharán la voz de su conciencia que los quiere guiar y pocos la aceptarán como un dogma de vida y de paz.
Hoy en día la gente vive confundida, ha postergado su sentido de realización por la placidez de vivir una existencia basada en hacer todo aquello que la sociedad ha declarado como principios de desarrollo humano: la adquisición de bienes sin control alguno.
El maestro de la vida, cada día, cuando despiertas te hace un nuevo llamado: Ven, sígueme.
Muchos hemos escuchado su voz, pero aún no tenemos el valor para seguirlo, todo aquello que hemos alcanzado nos priva de tomar esta maravillosa decisión.