El mar de Carlos Calderón Fajardo

Por Gabriela Caballero
Hay un hombre que mira el mar. Algunas veces, por encima de las ondulaciones del agua, pretende descubrir en invierno la umbrela traslúcida de una gigantesca medusa. En otro lugar, desde la terraza de una casa a punto de ser devorada por la sal que trae la brisa, un hombre distinto (acaso el mismo) pasa la noche estudiando “el mar bajo las aguas”. Imagina si al interior de aquellas sombras líquidas, que van y vienen, dormita el cuerpo de su esposa ahogada.
Debí haber percibido a este (estos) hombre(s) y a su inacabable mar en los ojos de quien se acercó a mi lado, en el Salón Consistorial de la Municipalidad de Lampa, el año 2009. Pero un mítico lago, un paisaje andino y una extensa llanura se habían superpuesto. Quizás por eso, no advertí el océano que siempre llevaba con él, agitándose en lo más profundo de su mirada. “¿Reconociste con quién hablabas?”, me preguntó mi esposo, sospechando que andaba bastante aturdida entre tantos escritores. Aunque Carlos Calderón Fajardo prefería autodenominarse escritor marginal, es indudable que, ya entonces, su extensa obra narrativa lo precedía convirtiéndolo en un autor de culto. Aquel año era homenajeado con el Premio “Víctor Humareda Gallegos”, y, sin embargo, aun cuando todos los reconocimientos iban hacia él, decidió verme. Seis años después, el 29 de abril de 2015, escuchando las noticias nacionales, supe que no volvería a abrazarlo en esta vida. Dejándose arrullar por la gran ola, entre canto y canto, se había dejado ir.
Me reencontré con el mar narrativo de Carlos Calderón Fajardo este fin de semana y en mi entorno doméstico, ha vuelto a irrumpir “la perplejidad, la sorpresa y el asombro” que caracterizan su obra, como bien señala Darwin Bedoya en el prólogo del libro El viaje inconcluso, breve antología que la Universidad Nacional de Juliaca publicó en noviembre de 2016, al conmemorarse el primer año de inmortalidad de este prolífico autor. Allí se reúnen ocho cuentos tomados principalmente de los libros Antología íntima (2009) y Playas (2010): “El asesino de Roberto Carmona”, “El que pestañea muere”, “Aves del limbo”, “El hombre que mira el mar”, “Gyula”, “Historias de verdugos”, “Playa Ballena” y “Punta Negra”. En todos ellos la realidad y la fantasía nos conducen a un viaje que abre las ventanas poliédricas de nuestra subjetividad.
Al cerrar su libro con nostalgia, me parece leer en la espuma del mar que se dibuja entre mis ojos casi cerrados, la terraza de una casa que se arma y desarma, como las piezas de un puzle, al tiempo que las olas golpean sobre las peñas. En su centro habita la figura de un gran escritor de visión cosmopolita, amante genuino del mar, amigo entrañable de Ribeyro, Arguedas, Juan Gonzalo Rose, Rodolfo Hinostroza, Alfredo Bryce, Manuel Scorza, Eduardo González Viaña, Miguel Gutiérrez, Oswaldo Reynoso… Que viajó a Europa para ser médico, pero prefirió volverse escritor cuando leyó Cartas a un joven poeta, de Rilke. Que, entre todos sus premios, valoraba más el que obtuvo en 1985; porque tuvo como jurados a Roa Bastos, Mario Vargas Llosa y Julio Cortázar.
Antes de retornar su libro al lugar que ocupará siempre en la biblioteca de mi casa, se me antoja levantar la mano, saludarlo y decirle que le debo un nuevo abrazo. Se lo daré cuando cruce también al otro lado del mar.